sábado, 6 de noviembre de 2010

Autobiografía- Sandra Sepulcri-26/06/2003

Nací el 26 de octubre de 1963, durante la presidencia de Illia. Otro hecho significativo para ese año es el asesinato del presidente Kennedy de Estados Unidos. Hasta los 10 años viví en José León Suárez. Empecé primer grado  en 1970 (ya leía). Recuerdo de aquella época algunas noticias de televisión como, el secuestro y asesinato de Aramburu y un año antes “La llegada del hombre a la luna”, estaba con mis hermanos tomando la leche, y miraba con asombro la transmisión. La televisión ocupaba como hoy, un lugar importante en nuestra casa, se encontraba frente a la mesa, todos podíamos mirar hacia ella. Pero existía una gran diferencia, mirábamos nuestros dibujos animados y algún programa que mamá o papá seleccionaban para nosotros. En la mesa se conversaba, pese a que pudiera estar el televisor encendido en el canal del noticiero o tal vez mirábamos al mediodía antes de ir a la escuela “Los tres chiflados”.
Empezar la escuela fue un gran acontecimiento. Fue como si hubiese esperado mucho tiempo, tal vez demasiado. Pese a mi corta edad la espera se había hecho larga. Tengo un recuerdo particular en el que me veo al lado del piletón del patio, donde mi madre lavaba la ropa, y yo, ansiosa preguntándole a mi mamá cuando empezaría la escuela. Un tío de mi papá y sus hijos, jugaron un papel importante para esa época. Me traían de regalo, libros para pintar, leer, colores, lápices y entre otras cosas entretenían a mi mamá, mientras uno de ellos me ayudaba a terminar de tomar la leche que a mí no me gustaba. Esperaba ansiosa a este tío, que siempre tenía algo para mí.
El día que empecé 1º grado, fue un día de lluvia torrencial. Nos encontrábamos padres y alumnos apretados en el pasillo de la “Escuela Nº50, Oriental del Uruguay Argentina”, una escuela pública del Partido de San Martín. Yo explotaba de felicidad, aunque estaba rodeada de llantos gritos de silencio hacia los mayores, padres quejosos por la incomodidad. Muchos compañeros lloraban, una nena en especial me llamó la atención, la vi indefensa y sentí pena por ella, lloraba siempre, y en una oportunidad se había orinado encima. Así quedó toda la tarde, mojada y con la mirada acusadora de todos sus compañeros, hasta mi mirada piadosa sé que la humillaba. Mi papá siempre cuenta, que una vez en tercer grado, le pedía a la señorita ir al baño y ella no lo escuchaba, hasta lo puso en penitencia por molesto, y fue allí cuando no pudo aguantar más y se orinó. La maestra entonces lo reprendió diciéndole por que no le había pedido permiso para ir al baño, pero tampoco dejó que le respondiera. Él dice que había que pedir permiso para todo, y mi abuelo contaba que había que saber permanecer en silencio. Si bien mi escolaridad primaria tuve de las dos cosas, el permiso y el silencio,  los años eran otros y se filtraba en la escuela cierta idea de lo que era ser “moderno”. Entre la matemática moderna, se encontraban los actos tradicionales de carácter puramente histórico y ceremonial, con el desfile de maestras luciendo sus mejores pieles. Ya en cuarto grado y con la invasión en nuestro país de la música nacional y de programas de música televisivos como: Música en libertad, Alta tensión, la moda de la ropa, venía con una gran transformación, las mujeres ya no solo usaban pantalones sino que también se las veía en minishort, sacos de lana largos, botas de cuero altas y sus ojos muy delineados con lápiz negro. La que había sido mi maestra de primer grado comenzó a arreglarse de esa manera, fue un revuelo entre todas sus compañeras, no es que venía en minishort, pero su vestimenta se asemejaba mucho a lo que se veía por televisión. Las chicas empezamos a llevar debajo del guardapolvo aquellos minishrot tejidos, o en los encuentros de los cumpleaños nos producíamos para poder estar un poquito a la moda.

En diciembre de 1973, con 10  años de edad, nos mudamos a José C. Paz, a nuestra primer casa propia, el cambio era catastrófico para mí. Tenía que dejar la escuela, mis amigos, había tomado mi primera comunión y confirmación durante los últimos dos años, y eso significaba un mayor apego a esa comunidad en la que vivía, pues también de bía dejar mi iglesia. El barrio en que vivía era todo asfaltado, si bien la casa que mis padres alquilaban era muy modesta en comparación a la nueva, yo conocía cada rincón al máximo y su pobreza material estaba llena de una riqueza espiritual que mi familia y yo le había otorgado. El barrio era un barrio de clase media muy bonito, bastante céntrico, y mi casa se encontraba frente a las vías del ferrocarril Mitre. Justo frente a ella se encontraba un puente pequeño, al cruzar la calle que te conectaba con los galpones done se guardaban y arreglaban los trenes. Mi papá se hizo amigo de mucha gente de allí. Que en épocas de calor se cruzaban a pedir agua fresca. Contábamos con un patio largo cubierto por una parra que nos proporcionaba una sombra increíble. Mi padre tenía su taller al fondo de la vivienda, él fabricaba cuchillos para ese tío que mencioné anteriormente. Entre ellos existían los problemas de los grandes, que en ese momento yo no podía llegar a entender, porque para mí era una persona maravillosa. Pero la realidad de mi padre era que se sentía explotado y aquel tío suyo, el explotador.
            Ese año trajo además consigo un nuevo gobierno, con la vuelta de Perón a  la Argentina, y con el término de un gobierno militar, el gobierno del General Lanusse, el optimismo y la alegría por la vuelta a la democracia.  Mucho yo no entendía, pero estaba Doña Catalina, quien siempre venía a visitarnos y también vivía en Suárez, era la que intentaba explicarnos el por qué de la alegría de la vuelta de Perón. Era una fiel peronista, estuvo presente en uno de los actos peronistas que se hicieron en aquella ciudad. Pero hubo serios inconvenientes, no recuerdo bien quienes se enfrentaron, pero según sé hubo heridos y hasta muertos, entre los que corrían para esconderse del cruce de las balas estaba Doña Catalina, quien se había protegido detrás de un monolito. La televisión transmitía las imágenes de Perón, su avión había cambiado su lugar de aterrizaje, pues donde estaba previsto que lo hiciese fue otro de los lugares, Ezeiza, donde muchos dicen, hubiera ocurrido una masacre. Cuando gana la fórmula de Cámpora, con el lema: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”,  unos vecinos de la otra cuadra, italianos, salieron a festejar a la calle y bailaron la tarantela. Yo observaba desde la puerta de mi casa, la gran celebración. Pese a mucho de lo que intentó explicarme doña Catalina, en su mezcla de lengua yugoslava e italiana, (antes de la guerra mundial, donde ella había nacido pertenecía a Yugoslavia, luego de la guerra había pasado a manos de Italia), además del castellano que había incorporado en los años que llevaba vividos en la Argentina, “Bendita tierra” nos decía siempre.
            Mi mamá es entrerriana y nació en 1944,  año en el que se produce el Golpe contra Ramírez y asume el General Farell, quien convoca a elecciones. En 1945, Perón derrota a la Unión Democrática con un 54% de los votos. Mi mamá hizo hasta 4º grado en una escuela pública de Viale, Entre Ríos; esto ella siempre trata de mantenerlo en secreto, creo que le avergüenza, pero eran 12 hijos y según ella, a mis abuelos se les hacía muy difícil enviarlos a todos a la escuela. Pero yo me atrevería a afirmar por cosas que muchas veces se han soslayado, que tampoco era importante para la época. Los hijos mayores debían ayudar en la crianza de los más pequeños y en las tareas del campo y el hogar. A los 15 años de edad mi madre vino con su familia a vivir a José C. Paz.  Extrañaba terriblemente su pueblo, cuenta que cuando llegó se sentó en un banco de la plaza y se echó a llorar. Había dejado atrás amigos, su casa, parte de su vida, detrás de la ilusión de sus padres de llegar a Buenos Aires para progresar. La única hija que terminó la escuela, fue la menor, quien hoy tiene 48 años. Durante su infancia mi madre, sufrió las necesidades propias de un hogar con muchos hijos, y de los ingresos económicos que se hacían de lo que se obtenía en el campo, o de trabajador golondrina, como era mi abuelo, durante las cosechas. Mi abuelo faltaba mucho del hogar, y cuando regresaba al tiempo, había un niño más en la casa. Fue  una familia peronista, peronista de Perón, decían... en los años que fue a la escuela le enseñaron a amar a Evita, fueron receptores de su caridad y agradecidos por la misma. Cuando fue la muerte de Eva Perón, le pusieron luto y junto a mis abuelos y sus hermanos la lloraron. En la escuela (según cuenta) la bandera estuvo muchos días a media asta. Uno de mis tíos, suele recordar un pantalón que le había regalado Evita, según sus recuerdos. Cuando llegaron a Buenos Aires, la vida les cambió por completo, según mi abuela los hijos varones estaban más rebeldes. A mi mamá le encantaba ir a bailar, pero nunca la dejaban, en uno de los pocos bailes que fue, conocieron a mi papá. Mi abuelo materno vestía como en el campo, le gustaba andar a caballo, y tenía sus sembrados en terrenos baldíos que nadie robaba. También tenían un pequeño establo, una vaca a la que ordeñaban diariamente, y la que sufría alguna travesura de los primeros nietos que llegaron a conocerla, entre ellos mi hermano y yo. Me gustaba ir de visita a la casa de mi abuela “Mama”, como le decíamos, era nuestra mama (sin acento en la a), y hace un mes apenas falleció a los 88 años de edad. Había nacido el 4 de junio de 1915.
De José León Suárez, viajábamos una hora, cruzábamos Campo de Mayo, el control de los militares, hasta llegar a la casa de mis abuelos, donde la siesta era sagrada. A uno de mis hermanos el abuelo le decía: “venga Puringue, siéntese a mi lado”, yo me sentaba junto a mi abuela y mientras ella tejía al crochet, yo la miraba y aprendía. Al abuelo le decíamos abuelo Páez, y no Águedo, como era su nombre. Murió cuando estaba por cumplir 11 años, a los 66 años de vida. Mis abuelos sabían leer, pero nunca supe si fueron a la escuela, o que grados hicieron. Tampoco me pareció importante averiguarlo. Solo sé que me gustaba ir a visitarlos, me encontraba con muchos primos, tuvieron más de treinta nietos, de sus doce hijos.
El hogar de mis abuelos maternos era mucho más humilde que el de mis otros abuelos, pero era súper divertido.
Mis abuelos paternos se separaron cuando mi papá tenía 5 años. Mi abuela Victoria, se hizo cargo de mi tía de 15 años, y mi tío el mayor de 16 vivió con mi abuelo. Mi abuelo Guillermo, tuvo que poner en un internado a mi papá y a mi tío Roberto, de 5 y 7 años respectivamente. Mi papá nació en 1943, durante la presidencia de Castillo. También vivió su infancia durante el 2º gobierno de Perón, pero su padre era un fiel radical y su forma de vivir, fue muy diferente que la de mi abuelo Paez. Eran como si fueran el rico y el pobre. Mi abuelo Guillermo, no había terminado sus estudios primarios. Debió trabajar para ayudar a su madre, era uno de los 5 hijos del matrimonio. Su padre fue un bioquímico italiano, que bebía mucho, la oveja negra de la familia, de una familia de gente adinerada y donde para la época no era común que todos sus hijos estudiaran, sobretodo una carrera universitaria. Fue así que el padre de mi abuelo vino a parar a la Argentina, expulsado de su tierra natal y por su propia familia. La mamá de mi abuelo, era la abuela Asunta quien venía de una familia italiana muy pobre, fue la abuela de mi papá, junto con la abuela Rosario, madre de mi abuela Victoria, y mi madrina de confirmación, hermana de mi abuelo Pez, con quienes yo pude conocer buena parte del siglo XVIII. Y darme cuenta que pudieron ser contemporáneas a los próceres, como Sarmiento, Avellanada,  Irigoyen, etc. Mi abuelo, era una persona muy culta, (culta como se decía en aquella época, a la gente bien hablada, de buenos modales y grandes conocimientos), cuando lo visitaba me encontraba con otro mundo. Él era practicante evangélico, nosotros éramos todos católicos, hasta mi papá, aunque éste no fuera  practicante del catolicismo. Se había convertido de religión, por una desgracia que había sufrido después que se separó  de mi abuela. Años después volvió a casarse con mi “abuela Eder”, quien también era católica y a quien le llevaba 10 años, con la que tuvo su último hijo. Mi abuelo trabajó en la casa de un inglés muy rico, quien le había enseñado muchas cosas, allí se lo trataba como un hijo más, tanto que querían enviarlo a la escuela, pero cuando se había decidido por empezar sus estudios, el inglés murió y su situación en la casa cambió, pues ya los hijos del inglés, no pensaban como el padre. Su madre al nacer le puso Guillermo Cáicer, nació el 4 de setiembre de 1914, con el inicio de la primera guerra mundial, y durante la presidencia de Victorino de la Plaza.
Mi padre tuvo una infancia difícil, entre el orfanato y la crianza de mi abuelo cuando podía y la salvación de sus dos abuelas: Rosario y Asunta, quienes se encargaron de suavizar y enternecer esa niñez asediada por el abandono de su madre. Hizo hasta 4º grado en una escuela de Quilmes. Toda su vida trabajó, hasta hoy trabaja como el primer día. Nos enseñó sobre el ahorro y el respeto a los mayores, nos enseña aún hoy, nos corrige aún hoy, con tan solo 60 años. Mis padres se casaron muy jóvenes y tuvieron 5 hijos, la última nació cuando yo ya había tenido a Melina, mi hija, y hoy ambas son compañeras de escuela. Todo lo que mis padres pudieron enseñarme lo acepté, casi sin preguntas, no tuve una adolescencia difícil. Fui muy tranquila. Me dediqué a la música, y en la actualidad ya hace 20 años que soy maestra de música en escuela pública. Recorrí con ellos gran parte del noreste, por el trabajo de mi papá (también fue vendedor ambulante), recorrimos todo el Chaco, tuvimos oportunidad de compartir momentos con los tobas, también nos abrimos camino en Santa Fé y Santiago del Estero. Mi papá no terminó la escuela, pero es un genio con los números,  mi mamá siempre trabajó a su lado, desde hacer cuchillos, hasta acompañarlo en su largo viaje al Chaco en varias oportunidades. Siempre me gustó leer, y hoy a los 39 años siento que tendré la gran posibilidad de leer algo sobre mí: ESTE TRABAJO. Que seguramente voy a continuar, y el cual me sirvió, para poder reconocerme como parte de la historia y poseedora de cultura, de una gran cultura familiar, de gente como Doña Catalina,  de mi primera maestra, de los viajes que he hecho, de la vida que he vivido hasta hoy. La vida sigue hoy, me quedan muchas cosas por escribir, no sé si lo que hice es lo que se esperaba, no pude separar lo emocional de lo histórico, porque comprendí que van tomados de la mano. No existe hecho sin repercusión, no existe un ser sin historia. Como parte de ella aprendí que ayudo y ayudaré en su construcción, y que todo individuo de una sociedad es importante en el lugar que ocupa, y que todos tenemos nuestra propia cultura, que se ve enriquecida por el “otro” y que ese “otro” también soy yo.



Hoy tengo 47 años y muchas cosas más que contar. 8/11/2010

2 comentarios:

  1. Sandra:

    Qué interesante tu vida. Qué interesante cómo la percibís después de los años y cómo la transmitís compartiéndote y dándote a conocer.
    Te ubicás como testigo niña, adolescente o adulta de los acontecimientos. Hermoso! Testigo que construye memoria, o sea vivencia y conocimiento.
    Si vas a seguir escribiendo, entonces voy a seguir leyendo...

    saludos! laura

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  2. Gracias Laura!!! Me alentas a seguir escribiendo!!! Cariños!!!

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